Photo by Alex Knight
A pesar de la continua incertidumbre y los estigmas provocados por el coronavirus y las cuarentenas, los ratios de valorización de la mayoría de principales índices de renta variable están llegando a niveles de máximos históricos. Hay varios motivos que explican este comportamiento: la respuesta fiscal rápida y sin precedentes de casi todos los países, las reducciones significativas de tasas de interés (especialmente en EE. UU.), las esperanzas de un rápido desarrollo de la vacuna, etc.
Estos factores son claves para justificar el rebote desde marzo. No obstante, las altas valoraciones podrían dar la impresión de que el mejor escenario de recuperación ya está totalmente incorporado por el mercado, por lo que estaría más vulnerable ante cualquier decepción. Sin embargo, existe un factor adicional que podría llevar incluso a más optimismo: el choque del coronavirus podría en realidad ser el catalizador para una aceleración de la productividad y una resistencia más alta de las economías y empresas en los próximos años.
La antifragilidad: Peste negra e innovación tecnológica
En 2012, el estadístico y ensayista Nassim Nicholas Taleb desarrolló en un libro[1] el concepto de “antifrágil”. Si algo frágil se puede dañar o romper fácilmente por un estrés externo, lo contrario no es la robustez (capacidad de resistir el fracaso) o la resiliencia (capacidad de recuperarse del fracaso) sino la antifragilidad. Un sistema antifrágil se ve reforzado por el estrés externo, es decir, el estrés es un factor positivo.
Una mirada a un ejemplo histórico que se acerca a la antifragilidad puede ser particularmente revelador, en el contexto del Covid-19: la peste negra en Europa. Viniendo de Asia, la peste negra golpeó significativamente a Europa en el siglo XIV, diezmando entre el 30% y el 50% de toda su población. En esta sociedad centrada en la agricultura, la primera consecuencia fue un aumento en el ingreso per cápita y los salarios reales para el trabajador, dado que la cantidad de tierra cultivable permaneció igual, pero con menos personas para trabajarla. El aumento en el costo de la mano de obra se convirtió en un gran incentivo para desarrollar innovaciones tecnológicas generando la misma producción con menos gente, en todos los sectores (por ejemplo, la imprenta se creó en el siglo XV).
Para varios historiadores[2], el ajuste del equilibrio del poder económico de los señores feudales (propietarios de las tierras) hacia los campesinos también aceleró la transición del feudalismo hacia el capitalismo. Esos cambios podrían considerarse como las raíces de la revolución industrial en Europa occidental a partir del siglo XVIII, que luego condujo a su dominación global durante el siglo XIX. Así, se puede considerar esa evolución como un ejemplo extremo y a largo plazo de antifragilidad: un sistema (economías de Europa occidental), sometido a un estrés externo (peste negra), que se refuerza para prosperar aún más. Sería audaz hacer un paralelismo directo con el Covid-19 y el actual sistema económico global, pero mirar este pasado nos da una idea de cómo esta crisis podría finalmente conducir a un mayor crecimiento y estabilidad.
Como la peste negra, el Covid-19 ha conducido a una drástica caída de personas disponibles para trabajar de manera física. Sin embargo, esta vez la razón directa no ha sido las muertes relacionadas con la enfermedad: la caída se ha dado por las exigencias de quedarse en casa y las recomendaciones de evitar contacto. Ello, debido a que el conocimiento de la medicina y el valor de la vida humana han aumentado (afortunadamente) desde la Edad Media.
Pero el problema que ha enfrentado la mayoría de los sectores ha sido (casi) el mismo que hace 700 años: ¿cómo producir y vender a los mismos niveles cuando la población capaz de trabajar de manera física ha disminuido? Y nuevamente, la respuesta está en las innovaciones tecnológicas que mejoran la productividad.
Sustitución del hombre por el robot
Una primera respuesta a una posible ausencia de trabajadores es la robotización y la automatización. La robotización es generalmente definida como la introducción de robots y su creciente sofisticación. A nivel industrial se están implementando cada vez más: la cantidad de robots instalados por cada empleado se ha más que duplicado entre 2010 y 2018 en el mundo, impulsado por una aceleración en China desde 2014.
El Covid-19 y las medidas de distanciamiento social han acentuado el impacto de las divergencias en el proceso de robotización. Por un lado, las empresas casi completamente robotizadas pueden operar sin mayores limitaciones; por otro, las empresas con bajo nivel de robotización tuvieron que suspender sus operaciones y han vuelto a reabrir solo parcialmente. No obstante, los robots industriales son solo la punta del iceberg, dado que el Covid-19 ha hecho aún más relevante el uso de robots en varias áreas donde ha habido preocupaciones de salud y/o escasez de mano de obra: limpieza y desinfección, atención médica, cuidado de los ancianos, entregas, etc.
Una encuesta de la firma de auditoría EY a más de 2.900 altos ejecutivos de empresas globales ha confirmado esta aceleración de la tendencia. En respuesta al Covid-19, 36% dijeron que ya están acelerando sus inversiones en automatización y otro 41%, que están considerando planes para hacerlo. La necesidad de la robotización se ha mostrado acuciante en los sectores más intensivos en mano de obra, como la agricultura. En este sentido, los agricultores que han enfrentado un cultivo en madurez y no han tenido trabajadores estacionales disponibles para cosecharlo serían potenciales inversores entusiastas en robots de cosecha. Según la compañía de investigación de mercado MarketsandMarkets, se espera que el mercado de robots agrícolas crezca anualmente en un 34.5% de 2020 a 2025. La tendencia general hacia la robotización no es nueva, pero el Covid-19 probablemente la ha acelerado: un incremento de esta inclinación tecnológica será un catalizador importante para incrementar la productividad en todos los sectores.
Fuente: Federación Internacional de Robótica
Sustitución del hombre físico por el hombre digital
La segunda respuesta a una posible ausencia física de trabajadores es la digitalización. Este es el proceso de convertir información en un formato legible por computadora (formato digital), fácilmente reproducible y compartible. Antes del Covid-19, el proceso continuo de digitalización estaba aumentando la productividad de las empresas que lo adoptaban. Sin embargo, no era una necesidad determinante para que todas operaran, y muchas de ellas evaluaban el costo de la inversión.
En este sentido, el Covid-19 cambió la situación: las empresas que han gestionado eficientemente la crisis han sido las más digitalizadas, con empleados capaces de trabajar desde casa sin mayor perturbación. Como reacción a este choque, se puede esperar grandes inversiones de las empresas para acelerar su proceso de digitalización, a fin de poder continuar operando en caso de nuevas catástrofes (epidemias, desastres naturales, ataques terroristas) u otros acontecimientos (conflictos sociales, huelgas). En la misma encuesta de EY, el 31% de las empresas dijeron que ya están cambiado sus planes de transformación digital en respuesta al Covid-19 y el 38%, que van a reevaluar sus planes.
Esta aceleración de la digitalización sería un impulso tanto para la productividad de las empresas como para su resiliencia. Además, facilitaría el desarrollo de la inteligencia artificial, i.e. los robots digitales. El impacto de este cambio se multiplicaría gracias a la transición actual hacia el 5G (última generación de tecnología de redes celulares) y con la fibra óptica convirtiéndose en un estándar. Al igual que los cambios anteriores de tecnología de red, la 5G probablemente desencadenaría nuevas innovaciones productivas y negocios que aún no se han imaginado.
Nuevas costumbres, menos costos
El impacto positivo del Covid-19 también se podría dar a través de costumbres más optimizadas. Las órdenes de quedarse en casa han obligado a nuevos hábitos, tanto para particulares como para empresas. Por el lado de las personas, gran parte de la población se ha visto obligada a recurrir a soluciones digitales de manera más intensiva o incluso por primera vez, ya sea para comunicarse con sus seres queridos, cuidarse, hacer compras, informarse, entretenerse, etc. Según las encuestas de la consultora McKinsey, entre el 41% y 72% de estos usuarios en EE. UU van a continuar utilizando esas soluciones después del Covid-19, en función del tipo de servicio. Ello se debe probablemente al reconocimiento de que varias de estas soluciones digitales son más eficientes en términos de precio, facilidad de uso y/o tiempo que sus equivalentes físicos.
Fuente : McKinsey, encuesta de 1923 personas en julio 2020 en EE.UU.
Por el lado de las empresas, la pandemia también obligó a nuevos hábitos y uno de los principales ha sido el teletrabajo. Este tipo de organización de trabajo existía antes, principalmente en empresas grandes o nuevas, pero representaba una porción marginal de la fuerza laboral: en 2019, 5.4% de los empleados en la Unión Europea trabajaban usualmente desde su casa y 9% lo hacía a veces.
El teletrabajo tiene muchos aspectos positivos tanto para el empleado como para la empresa. El trabajador puede organizarse de una manera más flexible, ahorrar todo su tiempo de transporte y trabajar donde quiere. Mientras tanto, la misma metodología le ofrece a la empresa la posibilidad de reducir drásticamente los gastos inmobiliarios, dado que grandes oficinas ya no serían necesarias. Sin embargo, las dudas sobre la productividad de los trabajadores en el hogar o sobre un menor nivel de comunicación entre los empleados habían limitado su desarrollo anteriormente.
El Covid-19 ha hecho evaporar esos temores: ha sido vital para las empresas cambiarse a una organización utilizando el teletrabajo lo más que se pueda. Una encuesta de la Unión Europea indicó que 37% de los trabajadores han empezado a teletrabajar como consecuencia de la pandemia. Si bien todavía es demasiado pronto para sacar conclusiones firmes de este episodio, varias empresas han anunciado su voluntad de seguir adelante con el trabajo en casa después del Covid-19 (Facebook, Google, Twitter, Peugeot).
En un escenario alcista post-Covid-19, una gran franja de sectores cambiaría la mayor parte de su actividad al teletrabajo en los próximos años, ahorrando dinero y tiempo tanto para ellos como para sus empleados. Este sería otro ejemplo del impacto positivo potencial del Covid-19 en la productividad de las economías.
La destrucción creativa: motor de la antifragilidad
En el otro extremo del espectro, una transición acelerada hacia un mundo más digital y robotizado sería dañina para algunas empresas. Estaríamos en medio de un proceso de “destrucción creativa”, un concepto teorizado por el economista austríaco Joseph Schumpeter. El concepto se puede definir como un mecanismo de innovación de productos y procesos por el cual las nuevas unidades de producción reemplazan a las obsoletas. Este tipo de darwinismo económico implica que cualquier innovación significativa conduce a compañías grandes “ganadoras” a sustituir a grandes “perdedoras”, que fueron rezagados en la adopción de esa tecnología.
Un ejemplo histórico notable es Kodak: la compañía dominó el mercado de las películas fotográficas en el siglo XX y su lentitud en hacer la transición hacia la fotografía digital lo llevó a declararse en bancarrota en 2012. Aun así, la “destrucción creativa” es un componente clave del crecimiento de la productividad: se estima que representa alrededor del 30% de las ganancias de productividad[3]. A pesar de que esta transición acelerada eliminaría a algunas empresas, la productividad de la economía se beneficiaría de ello: si la economía global es realmente antifrágil, uno de sus motores será esta “destrucción creativa”.
¿Oportunidad en las notas estructuradas?
Si el coronavirus se revela como un catalizador de la aceleración de la productividad global, por la robotización y digitalización, se podría esperar que el mercado de valores continúe su buen desarrollo en los próximos años. Pero la incertidumbre a corto plazo del coronavirus y sus consecuencias aún persisten, en un mercado de capitales con una valorización alta.
Una forma de capear este riesgo a corto plazo y beneficiarse de una mejor perspectiva a largo plazo podría ser invertir en notas estructuradas con barreras de protección. Son productos de inversión que permiten tener una exposición a las acciones, pero brindando una protección del capital parcial y generando retornos predeterminados. En el contexto actual, el producto puede resultar muy rentable y ofrecer un nivel de riesgo menor a la exposición directa a acciones: una forma alternativa de jugar el repunte de una economía antifrágil.
Notas de pie de página:
[1] “Antifrágil: las cosas que se benefician del Desorden”
[2] “The Black Death and the Spread of Europe”, articulo de James Belich, 2016
[3] “Aggregate Productivity Growth Lessons from Microeconomic Evidence”: artículo de Foster, Haltiwanger, and Krizan, 2001
Con ello busca dar una mejor experiencia a sus clientes en productos de inversión con exposición global a través de la tecnología y la asesoría personalizada.
El ingeniero peruano ocupará el cargo desde el presente mes tras ser gerente general de Scotia Fondos.